Además, denuncia Valli que «el exterminio silencioso del monaquismo» se extiende, más allá de las dimensiones espiritual y cultural, al orden material mediante el control de los bienes de los monasterios.
Responsabiliza de ese ataque a la jerarquía católica, y afirma que el mismo tiene su fuente en la Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere y en la Instrucción aplicativa Cor orans. Según su interpretación, se ha armado «un aparato normativo que amenaza la autonomía de los monasterios y, con la excusa de la renovación y de la formación, se pone en discusión la idea misma de aislamiento y de vida de clausura». Considera que el fundamento se encuentra en una espiritualidad totalmente horizontal, completamente afincada en lo social, incapaz de discernir la belleza y la grandeza de una relación exclusiva con Dios. Señala el autor «el eslogan que recomienda obsesivamente evitar el aislamiento», y descubre en esa inclinación la voluntad de crear un nuevo monarquismo, en el que todas las monjas sean puestas bajo idéntica forma de aggiornamento y adoctrinamiento, hasta cambiar las reglas de vida». Las monjas, dice, porque los documentos mencionados tratan acerca de los monasterios femeninos de clausura, y a ellos se refieren sus disposiciones.
Desde los inicios del monaquismo cenobítico, la celda, el claustro, han sido los sitios correspondientes al abandono del mundo para entregarse a Dios en la contemplación. En ese ámbito, la soledad y la fraternidad han procurado siempre armonizarse. El Concilio Vaticano II decidió en su momento impulsar una renovación (renovatio) que debía ser ante todo espiritual, pero entendida como «acomodación a las necesidades de nuestro tiempo»(optimas accomodationes ad necessitates temporis nostri, Decreto Perfectae caritatis, 2 e). Esta idea se repite machaconamente en el texto conciliar: «según lo aconsejan nuestros tiempos»,«en las circunstancias de tiempo actual», «a la luz de las circunstancias del mundo.
El Decreto Perfectae caritatis contiene, obviamente, muchos elementos propios de la tradición de la Iglesia acerca de diversas formas de vida religiosa; no podía ser de otra manera, pero llama la atención esa apelación tan repetida al aggiornamento, que se clavó hace medio siglo en el Cuerpo de la Iglesia y que alcanzó la fuerza de una verdadera obsesión. Desconcierta también que en ningún momento se mencione cuáles son esas «exigencias de los tiempos».
¿Cuántos conventos de monjas han desaparecido en los últimas cinco décadas?; ¿Cuántos nuevos se fundaron?; ¿Cuántos han visto reducido el número de sus miembros a una cantidad insignificante? En los días que corren los conventos de varones continúan diezmándose en algunas regiones.
Por otra parte, me parece que la insistencia en la actualización tendría que tomar en cuenta el influjo arrollador del secularismo en la cultura vigente, sobre lo cual advirtió San Juan Pablo II en la Encíclica Tertio millennio adveniente, donde afirmaba que la confrontación con él era un compromiso ineludible y principal. Asimismo, Benedicto XVI dejó en claro que el secularismo «se manifiesta ya desde hace tiempo en el seno mismo de la Iglesia».
No lo dude, lea el artículo completo para saber que se cierne sobre la vida en cenobios y monasterios.